Sin lugar a dudas, el hecho político más importante en la Centroamérica de finales de esta primera década del 2000, ha sido el golpe de Estado de la oligarquía y los militares hondureños y la respuesta que les ha dado el hermano pueblo de Honduras. Si los grupos golpistas estaban lejos de imaginar la respuesta positiva de la comunidad internacional, cuya condena ha sido prácticamente unánime, menos pudieron suponer que los hondureños, sometidos durante décadas al enorme poder de una oligarquía insaciable, al control económico y social de las empresas bananeras y en los últimos años, de las corporaciones trasnacionales y las maquiladoras, sería capaz de responder con la altivez y el decoro con que lo ha hecho.
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